Artes Escénicas

El escritor y periodista Mario Cánepa Guzmán en Historia del teatro chileno, señala que “los primeros habitantes del territorio nacional ya tenían conocimiento intuitivo del arte de la declamación y la dramaturgia” (17), mientras en la Colonia por instrucción del Rey de España se celebraba el Misterio de la Concepción, con fiestas poéticas que estaban dentro de la línea teatral aceptada. En Santiago, las primeras representaciones dramáticas confirmadas se realizaron en el siglo XVIII. Durante la Independencia, Camilo Henríquez pidió al gobierno de José Miguel Carrera el establecimiento de un teatro permanente por considerarlos ‘como una escuela pública’. En 1920 Bernardo O’Higgins levantó una sala en la calle de Las Ramadas, hoy Esmeralda.
Durante el gobierno de Manuel Bulnes, llegó a Chile el actor argentino Juan Casacuberta, quien colaboró con los estrenos de Ottelo, o el moro de Venecia; El propósito; Una novia para tres: El marido de mi mujer y El odio llega a la tumba. En la segunda mitad del siglo XIX las arcas fiscales y privadas se robustecieron gracias a la industria minera. En 1857, Manuel Montt inauguró el Teatro Municipal de Santiago; mientras el teatro Victoria de Valparaíso, el que adquiere relevancia en materia de montajes. Entonces, las escuelas españolas oficiaban, sin quererlo, como centros de formación teatral, tendencia que inspiró y motivó a incipientes autores nacionales a escribir y adaptar.
El teatro chileno durante el siglo XX
Durante las primeras décadas del siglo XX el teatro chileno estuvo muy presente en la lucha de los desposeídos, cumpliendo diferentes funciones y abordando variados géneros y formas expresivas. El melodrama lo encontramos en Almas perdidas de Antonio Acevedo Hernández; Golondrina de Nicanor de la Sotta y Álzame en tus brazos de Armando Moock. En ellas el desarrollo dramático evoca la parábola del hijo pródigo o el proceso de sufrimiento por el que se aleja del núcleo familiar. En tanto, en el melodrama social los montajes enfatizan la cultura de la pobreza. Las obras muestran un clima social agitado, tenso, combativo; apoyado en un movimiento obrero cada día más organizado. En este contexto, Antonio Acevedo Hernández, precursor del teatro social, llevó a las tablas su obra más conocida Chañarcillo. Otros montajes destacados en esa época, hoy clásicos de la dramaturgia nacional, es La viuda de Apablaza de Germán Luco Cruchaga, estrenada en agosto de 1928 en el Teatro La Comedia, por la Compañía Ángela Jarques-Evaristo Lillo, y Pueblecito de Armando Moock.
Época de oro del teatro chileno
Al finalizar la década de 1910 están las bases para que surjan las primeras compañías nacionales, las que eran conocidas como “profesionales”, para diferenciarlas de las compañías de teatro obrero formadas por actores aficionados. Es decir, trabajaban en otras cosas y hacían teatro, para manifestar su descontento, a diferencia de los actores “profesionales” que vivían únicamente del teatro. La crítica considera como la primera del país a la Compañía Chilena Báguena-Bürlhe, cuyas funciones comienzan en 1918 y se prolongaron por tres años.
La investigadora de la Pontificia Universidad Católica de Chile, María De La Luz Hurtado, define este período como el primer movimiento teatral propiamente nacional. Explica que “a partir de 1920 surgen compañías profesionales que itineran a lo largo del país con amplios repertorios, que también incluyen textos de dramaturgos chilenos de la época”. Según Hurtado, se conoce como la Época de oro del Teatro Chileno, el período que se extiende entre 1913 y 1928. Los actores y las actrices marcan profundas huellas en un público que los acoge. Se crean salas de teatro de barrio y poco a poco se forma un movimiento teatral con compañías, dramaturgos, salas y público, era una época en que todo Chile tenía teatro, las agrupaciones salían en giras cuando terminaban la temporada en Santiago.
En 1919 se estrenó el sainete Entre gallos y medianoche de Carlos Cariola, a cargo de la compañía Mario Padín, con Evaristo Lillo y Andreita Ferrer en el elenco. Una de las obras significativas del período. La actividad teatral de estos años se centraba principalmente en la figura del actor, es más, las compañías llevaban los nombres de sus líderes. Predomina también la figura de éste por sobre la obra y, en más de una ocasión, éstas eran adaptadas a la medida de los intérpretes. En 1928, la Sociedad de actores teatrales de Chile auspició la temporada de Alejandro Flores del Campo. En tanto, El Mercurio publicó una crónica afirmando que “es un actor sobrio y dueño de una naturalidad que asombra”.
La crisis económica de 1929 y la invasión del cine sonoro minimizaron el interés del público por el teatro. Otro elemento clave para este cambio de interés fue la muerte de quienes crean y consolidan el teatro chileno: Arturo Bührle, Nicanor de la Sotta, Enrique Báguena y Evaristo Lillo. Domingo Piga en Dos generaciones del teatro sostiene que: “Nuestro pueblo estaba cerca de los actores, aplaudía sus interpretaciones con el entusiasmo que él sabe hacerlo. Ahora el pueblo se ha alejado de los espectáculos teatrales y ha sido acaparado por el cine, que le ofrece funciones populares, en los teatros de barrios...” (del Campo 68).
Durante el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo el teatro chileno se redujo a lo que ofrecía la Compañía de Lucho Córdoba y su esposa Olvido Leguía en el Teatro Imperio, cuyos argumentos estuvieron inspirados en temas circunstanciales. Arsénico y encaje antiguo, de Joseph Keyseling y El camino a Roma de Robert Sherwood, son algunos de sus estrenos.
En 1936 la actriz catalana Margarita Xirgú y su compañía traen un repertorio de García Lorca. “Esto produce un desplazamiento de las viejas formas teatrales, incorporando las renovaciones europeas” (Cánepa 192). En 1941 formó la Academia de Arte Dramático.