Museo Histórico de Carabineros de Chile -
info@museocarabineros.cl +56-2-29221565     

Antón Chéjov, una mirada a la complejidad humana en el escenario

El Círculo de Bellas Artes de Madrid estima que Antón Chéjov es uno de los escritores más destacados de la literatura rusa del siglo XIX. La crítica moderna lo considera uno de los maestros del relato y, dentro del teatro ruso, se le valora como un representante fundamental del naturalismo moderno. Sus biógrafos han registrado 588 novelas cortas o relatos largos.

Antón Pávlovich Chéjov nació el 29 de enero de 1860 en Taganrog, entonces Imperio ruso.  Nieto de Egor Chej, un siervo que pudo comprar su libertad y la de su familia, e hijo de un pequeño tendero de abarrotes, profundamente religioso, Pável Yegórovich Chéjov y Yevguéniya Yákovlevna, se crio en el campo, donde reinaba el espíritu nacido de la abolición de la servidumbre en 1861.

En 1875 la familia se trasladó a Moscú, producto de las deudas que apremiaban a Pável y Antón se quedó en Taganrog donde finalizó sus estudios secundarios. Durante ese tiempo escribió sobre para sobrevivir y financiar su carrera profesional. En 1879 ingresó a estudiar medicina a la Universidad de Moscú.  Bruno Estañol en “Antón Chéjov, médico, enfermo, melancólico y escritor de genio” relata que “se gradúa de médico y trabaja intensamente en su profesión. Compra una extensión de tierra y la dota de escuela, biblioteca y dispensario. Mantiene a sus padres y a su familia. No cobra a los pobres” (77). 

Comenzó a escribir en 1881, más adelante agrega Estañol que “un crítico literario (Grigorovitch) lo descubre y le manda una admirable carta en la que le dice que tiene el talento para ser un gran escritor pero que necesita hacer textos más serios, más largos y corregidos… A partir de esa carta reconoce y acepta su vocación de escritor”.

Lo hacía bajo el seudónimo de Antosha Chejonte, iniciándose con cuentos, anécdotas y sketches cómicos. Su suerte cambió en diciembre de 1885 cuando conoció a Alexéi Suvórin, dueño de la revista Tiempo Nuevo. Este no solo le ofrecía una remuneración mucho mayor que el resto de las publicaciones, sino que se convirtió en su editor más constante y en su amigo. Un año más tarde era considerado un escritor de renombre. Su primera colección de escritos humorísticos, Relatos de Motley, se editó en 1886, y su primera obra de teatro, Ivanov, se estrenó en Moscú al año siguiente. 

Las narraciones chejovianas escritas hasta 1886 han sido calificadas por muchos críticos como humorísticas, sencillas anécdotas o cuadros cómicos, donde el humor es el elemento más destacado; sin embargo, el mundo humorístico del joven Chéjov se revela como un ámbito triste, oscuro y sórdido, impregnado de un pesimismo que difiere significativamente de la afirmación vital que aparecerá en sus obras de madurez. La entrada al género del teatro por parte del autor difumina la presencia del narrador, dándole el protagonismo a los personajes, cuyo espacio psicológico se abre, para hacer accesibles al lector sus pensamientos y sus sentimientos más íntimos, sostiene Diego García en su tesis Arquetipos humanos imaginarios rusos en tres piezas teatrales de Antón Pávlovich Chéjov.

El autor vivió los últimos años de gloria del Imperio ruso antes de que se desataran las revoluciones que llevaron a su caída. Tanto en los relatos como en el teatro, el autor reflejó la realidad de su país, pero sin dejar de lado la profundidad emocional de los personajes. En las obras de Chejov nada es superfluo, no dejaba nada al azar según su biógrafa, Irene Nemirovsjy.

En 1887 contrajo tuberculosis y se trasladó a Crimea. Un año más tarde recibió el Premio Pushkin por su colección de relatos cortos que tituló Al anochecer. Este galardón significó el reconocimiento de sus pares. En esa época triunfa con la obra La gaviota (1896) representada en el Teatro de Arte de Moscú con la dirección de Konstantín Stanislavski, quien apela a la memoria emotiva como: “Una técnica introspectiva donde el actor se repliega a su interioridad para encontrar el estado emocional necesario para la escena o el personaje que está creando; entonces, la memoria emotiva sería la capacidad de adquirir, almacenar y recuperar información relacionada con la emoción”, explica el portal Britannica.

Este súbito éxito lo impulsó a incursionar en el arte dramático donde destaca El tío Vania (1898), Las tres hermanas (1901) y el Jardín de los cerezos (1904). Un común denominador de estas obras es la presencia de “hombres que hablan con falta de sentido e inteligencia. Son hombres incapaces de mantener una conversación seria; a cada instante se interrumpen unos a otros con sus manías, discuten por discutir, dicen tonterías. Estos humanos creados por Antón Chéjov no se oyen unos a otros: cada uno habla de lo suyo, se hacen preguntas que quedan sin contestar, se ponen a cantar, repiten hasta la saciedad frases que los obsesionan. El dramaturgo ruso presenta una sociedad formada por individuos que se odian entre sí o que no se comprenden” (García 54).

Continuó escribiendo profusamente narraciones enmarcadas en el humor como Relatos de un desconocido (1893), Monje negro (1894) o Así es mi vida (1896), entre muchas otras. En 1901 se casó con Olga Knipper, uno de los 39 miembros del Teatro de Arte de Moscú, cuando Konstantín Stanislavski lo formó en 1898.

La tuberculosis avanzó rápido, en marzo de 1897, fue internado de urgencia en una clínica, una vez restablecido regresó a Melijovo y escribió Los campesinos. Chejov murió el 2 de julio de 1904, tenía 44 años en Badenweiller, un balneario del entonces Imperio alemán.